En la vida uno se propone metas, que aunque las haya cumplido similares en tiempos pasados, no sabe si va a poder cumplirlas en tiempos presentes. La salida de Portobelo (Panamá) se cumplió tal como se había planeado. El sábado 13 a las 6 pm estabamos abordando el velero para zarpar de inmediato. Pero en algunos tramos del viaje llegué a pensar que no lo ibamos a lograr. Además hubo un retraso de 2 días para arribar a la bahía de Cartagena.
Viajé en un barco con la motocicleta PachaR-650 a cuestas. La ruta es la que usan los mochileros para saltarse el Tapón de Darién en veleros informales que realizan el trayecto de 260 millas naúticas. Para nosotros los motociclistas la búsqueda del velero es aún más difícil por que muchos capitanes no transportan motos por las dificultades de espacio en la cubierta del barco, la carga y descarga en los puertos y el papeleo correspondiente. Debido a esto es que el italiano Ilario, con una Vespa 200, y yo nos embarcamos en el velero con las motos junto con el capitán francés Erick y el alemán Ingle en un velero Angus (36´) de 1970 llamado KIR.
Fue una gran aventura incluso para Erick que es un lobo de mar y que como gran curriculum tiene el paso del Atlántico en un velero de 22 piés. Para Ingle e Ilario fue un viaje de mierda. Para mi fue un viaje impresionante en que en varias ocasiones llegué a sentir mucho miedo, pero al mismo tiempo rico en paisajes marinos y sensaciones agradables. Aventura intensa como cuando adolescente pasé caminando durante 2 días de Copey a Quepos cruzando las montañas del pacífico central de Costa Rica.
Zarpamos de Portobelo el sabado a las 7 pm con el tiempo oscuro y lluvioso. Esa primera noche marcó el resto del viaje. La situación en la cubierta se puso dificil, un herraje de sujeción de la botavara de la vela mayor se rompió y se vino abajo dañando la brújula. El capitán no podía ver el rumbo y los tres pasajeros estabamos descompuestos con el movimiento del barco. Para colmo de males el piloto automático tampoco funcionó. A pesar de las regañadas del capitán, muy poco pudimos ayudarles. Con su conocimiento y experiencia llegamos al día siguiente a medio día al Cayo Holandes, agotados y con el equipo de navegación del velero severamente dañados. Una vez fondeados, nos bañamos en el mar, comimos y descansamos toda la tarde. Decidimos pasar el lunes en el Cayo Holandes descansando y en trabajo de mantenimiento. Se desechó el uso del piloto automático y se reparó la brújula y el capitán hizó ajustes en el motor. Durante el día un funcionario kuna de nombre Aquilino vino a cobrarnos la astronómica suma de cinco dólares. Nadie se movió y yo pagué el monto. Al hacer el alemán una pregunta sobre el porque llegaban tantos veleros a fondear en el lugar, el señor procedió a contar una historia sobre un holandes que adoptaron en los años de 1940. Posteriormente el carácter agrio de Ingle se manifestó cuando dijo que lo que contaba Aquilino eran cuentos chinos, no entendió y desautorizó a Aquilino hablando mal de los indígenas.
El miércoles, a mediodía y en pleno altamar el capitán informa que tiene que apagar el motor ya que la reserva de combustible ha llegado a su minímo. Debemos resignarnos a esperar ya que la calma en el mar es absoluta. No hay ninguna brisa. Durante unos minutos reinarón la paz en el mar y el agitamiento de nuestros espíritus por la incertidumbre de cuando ibamos a llegar a Cartagena. No habían pasado ni quince minutos y sorpresa. La brisa empieza a soplar levemente del noroeste. Alegría de todos los pasajeros. Se levantan las velas y empezamos a navegar a una velocidad de 1 a 2 nudos. El punto negativo para Ingle e Ilario era el hacer turnos de pilotaje para colaborar con el capitán. Yo por mi lado estaba contento de poder pilotear el barco, especialmente navegando solo con velas. La parte más hermosa del viaje fue el poder hacerlo durante la noche, a pura vela (sin motor), con el cielo estrellado y durante algunas ráfagas de viento fuerte llegar casi hasta los 5 nudos de velocidad.
En alta mar, es extraordinaria la variabilidad del clima. El sol, la lluvia, y el viento se combina para crear un paisaje espectacular que cambia continuamente por ratos y en distancias cortas. En trayectos de 10 a 20 millas naúticas se pasó del intenso sol y calma absoluta del mar a lluvias fuertes y cortas y un incremento del viento que nos permitió llegar por momentos hasta 5 nudos.
Las últimas 16 millas naúticas las hicimos con el combustible de reserva. Avanzamos hasta la Bahía de Cartagenas en 4 horas y llegamos aproximadamente a las 2 am del viernes al Club Naútico de Manga, Cartagena. No sin antes encayar faltando media milla para llegar. La oscuridad hizo perder la línea del canal y el velero encayo. Con la colaboración de 2 cayucos de pescadores con motor, logramos salir y por fin llegar al puerto.
De la emoción no dormí en toda la noche y el día lo dediqué a realizar los trámites de migración y bajar la motocicleta del barco. Cansado pero muy satisfecho terminó esta travesía, que ha sido un gran lección de velerismo, tanto por lo positivo que me enseño el capitán Erick, como por lo que obviamente no se debe hacer en un viaje de este tipo, con pasajeros novicios en estas lides.
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